El paisaje era el mismo durante el recorrido que hizo LA GACETA por el barrio Néstor Kirchner: casillas destrozadas a ambos lados. Los rostros, iguales: desazón por la pérdida material. Pero una carita era diferente. Quizás sentía lo mismo que los demás, pero ella ya conoce las privaciones desde pequeña y se la veía tranquila. Entre las familias que reconstruían sus casas estaba Barbarita Flores.
Ya no es una niña. De hecho, ha cumplido meses atrás los 18 años. Por su timidez, evita hablar y continúa mirando su casilla destrozada por la tormenta del sábado. Allí vivía con uno de sus ocho hermanos y su cuñada. Su papá, Samuel, trataba de poner en pie ese precario hogar que hace unos meses construyó para sus hijos.